viernes, 12 de febrero de 2010

Violines en el cielo, nuevo referente a un Japón cambiante


El sorpresivo premio Oscar de Violines en el Cielo (Okuribito o Departures, en inglés) se debe, principalmente, a una historia simple pero emotiva, muy atractiva para los miembros de la academia. A pesar de ello, el guión, la narrativa y las actuaciones son una evolución del tradicional cine japonés.
El director, Yojiro Takita, tiene en su repertorio más de veinte películas y lo demuestra en su hábil manejo de las emociones humanas durante las casi 2 horas de duración del filme. Sin alejarse demasiado de la narrativa melosa de los romances japoneses, Takita logra llevar a la audiencia en una montaña rusa de sentimientos, empezando por la solemnidad, a la comedia, a un poco de aburrimiento (quizá no intencional), hasta llegar a las lágrimas de los más sensibles.
Aún cuando hay un dudoso uso de la elipsis narrativa durante la película, Violines en el cielo toca dos temas fundamentales de la cultura japonesa: la invasión de la modernidad a una cultura impermeable y la dualidad campo/ciudad. Ambas temáticas se exploran de manera un tanto minimalista en el stilo visual de la película, son mucho más explícitas observando el filme como un todo.
Por último, queda hacer una mención especial a la mancuerna de Mashiro Motoki (Daigo) y Ryoko Hirosue (Mika), ya que combinan, de excelente modo, una escuela de actuación de teatro Kabuki con la propuesta de actuación del cine de Hollywood.
Partidas, Departures o Violines en el cielo es una película que se tiene que ver, más como una alternativa (comercial, no de arte) a la industria de Hollywood. Su sencillez le hace posible a cualquier espectador relacionarse con la belleza del japón rural y, a aquellos con un corazón más sensible, con la historia de Daigo y su música (un leif motiv un poco débil).

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